hoy he cogido todos los semáforos en rojo. también he perdido el metro y el bus y el tranvía. espera, hasta que se ponga en verde y hasta que llegue el siguiente. espera, espera porque todo llega, o eso dicen. quizá no estoy hecha para esperar ni recibir ni dejar ir, soy como un mueble antiguo, de esos que llevan en casa una eternidad pero ya nadie tira por pena, por la costumbre de verlo ahí todos los días o por la historia que tiene. me aferro a todo lo bueno y me quedo con todo lo malo, como las marcas de mi piel que no se quieren ir. deseo despertarme y que se hayan esfumado, que no quede ningún tipo de memoria y permitirme recordar que mi cuerpo aún me pertenece (a mí, a mí) y que esas marcas jamás me van a definir, aunque delante del espejo y de mis ojos sí lo hagan. va pasando el tiempo y los colores son cambiantes como los de las hojas en otoño, de violeta a azul y de azul a marrón y de marrón a amarillo y de vuelta a mi piel, pero mi piel sigue ciertamente manchada y sucia y ya no la siento mía.
espero a que cambie la luz de rojo a verde y a que venga el siguiente metro y bus y tranvía. pienso en todas las cosas que he hecho mal y en todas las cosas que cambiaría, y también pienso en qué piensa la chica que tengo a la derecha o el conductor o la mujer a mi izquierda. muchas veces no sé dónde esconderme porque pienso demasiado alto y no quiero que nadie me escuche ni me vea. de todas formas, miro mi reflejo y soy una desconocida más. ¿en qué estará pensando?
todavía no he determinado si es mala suerte o una coincidencia, o si solo es que ahora me fijo más en los semáforos en rojo. espero la primavera y sus flores y su calor de la misma forma en que esas flores esperan el sol y necesito fijarme más en los semáforos en verde y en que, aunque pierda el metro, al menos puedo escuchar una canción más.
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